Palma de Mallorca
 
 


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RAMON MARIA DEL VALLE INCLAN
(1869-1936)


Nacido en Puebla de Caramiñal (Villanueva de Arosa,
Pontevedra), es una de las figuras nzás extraordinarias y
desconcertantes de nuestra literatura y de nuestro siglo.
Aunque en diversas ocasiones trazó pedazos de su auto-
biografía (y aun ciertas obras y personales suyos
-así, «el marqués de Bradomín»- pretenden ser auto-
biográficos), es tal la fantasía que, derrocha en todo,
que dijicilmente podría un biógrafo concienzudo dis-
cernir lo que en la vida de Valle Inclán es historia de lo
que es pura novela. Sólo se sabe de cierto que en su pri-
mera juventud viajo por México y otros países de His-
panoamérica y que, en 1895, llamaba, en madrid, la aten-
ción por su estrafalario pergeño indumentaria. Luego
residió habitualmente en Madrid y en Galicia.  A con-
secuencia de un duelo hubo de amputársele el brazo de-
recho.  Casó con la actriz Josefina Blanco, y tuvieron
varios hijos. Desempeñá en Roma el cargo de director
de la Academia de Bellas Artes para pensionados es-
pañoles.
Como escritor, Valle Inclán es ante todo un formi-
dable estilista, si bien a lo largo de su obra se distinguen
dos estilos bien diferenciados: el típico «modernista» de
primera época, de tonos esfumados y exquisita musica-
lidad (las Sonatas, Flor de santidad, etc.), y el satírico,
violento y caricaturesco, de colores chillones, que caracteri-
za su producción ulterior (Farsa y licencia de la reina
castiza, los Esperpentos, etc). Para el teatro, con las
mismas características: Cuento de abril, La cabeza del
Bautista, Divinas palabras y otras obras.  Poesía: La pipa de
Kif, Aromas de leyenda, El pasajero, Voces de gesta.



MILAGRO DE LA MAÑANA

Taiña una campana
en el azul cristal
de la santa mañana.
Oración campesina
que temblaba en la azul
santidad matutina.
Y en el viejo camino
cantaba un ruiseñor,
y era de luz su trino,
La campana de aldea
le dice con su voz,
al pájaro, que crea.
La campana aldeana
en la gloria del sol
era alma cristiana.
Al tocar esparcía
aromas de rosal
de la Virgen María.
Esta santa conseja
la recuerda un cantar
en una fabla vieja.
Campana, campaniña do pico sacro,
toca porque floreza o rosal do milagro.

RESOL DE VERBENA

Ingrata la luz de la tarde,
la letanía en gris de plomo,
los olivos de azul cobarde,
el campo amarillo de cromo.
Se merienda sobre el camino,
entre polvo y humo de churros,
y manchan las heces del vino
las chorreras de los baturros.
Agria y dramática la nota
del baile. La sombra morada,
el plano desgrana una jota,
polvo en el viento de tronada...
El tiovivo su quimera
infantil erige en el raso:
en los caballos de madera
bate el reflejo del ocaso.
Como el monstruo del hipnotismo
gira el anillo alucinante,
y un grito pueril de histerismo
hace a la rueda el consonante.
Un chulo en el aire alborota,
un guardia le mira y se naja:
en los registros de la jota
está desnuda la navaja.
Y la daifa con el soldado
pide su suerte al pajarito:
los envuelve un aire sagrado
a los dos, descifrando el escrito.
La costurera endomingada,
en el columpio da su risa
y enseña la liga rosada
entre la enagua y la camisa.
El estudiante se enamora;
ve dibujarse la aventura
y su pensamiento decora
un laurel de literatura.
Corona el columpio su juego
con cantos. La llanura arde:
tornóse el ocaso de fuego;
los nardos ungieron la tarde.
Por aquel rescoldo de fragua
pasa el inciso transparente
de la voz que pregona: -¡Agua,
azucarillos y aguardiente!-
Vuela el columpio con un vuelo
de risas. Cayóse en la falda
de la niña la rosa del pelo,
y Eros le ofrece una en girnalda.
Se alza el columpio alegremente,
con el ritmo de onda en la arena,
onda azul donde asoma la frente
vespertina de una sirena.
Brama el idiota en el camino,
y lanza un destello rijoso
-bajo el belfo- el diente canino
recordando a Orlando furioso.
¡Un real, la cabeza parlante!
¡A la suerte del pajarito!
¡La foca y el hombre gigante!
¡Los gozos del Santo Bendito!
¡Naranjas! ¡Torrados! ¡Limones!
¡Claveles! ¡Claveles! ¡Claveles!
Encadenados, los pregones
hacen guirnaldas de babeles.
Se infla el buñuelo. La aceituna
aliñada reclama el vino,
y muerde el pueblo la moruna
rosquilla de anís y comino.


AVE SERAFIN

Bajo la bendición de aquel santo ermitaño
el lobo pace humilde en medio del rebaño,
y la ubre de la loba da su leche al cordero,
y el gusano de luz alumbra el hormiguero,
y hay virtud en la baba que deja el caracol
cuando va entre la hierba con sus cuernos al sol.

La alondra y el milano tienen la misma rama
para dormir.  El búho siente que ama la llama
del sol. El alacrán tiene el candor que aroma,
el símbolo de amor que porta la paloma.
La salamandra cobra virtudes misteriosas
en el fuego que hace puras todas las cosas:
es amor la ponzoña que lleva por estigma.
Toda vida es amor. El mal es el Enigma.

Arde la zarza adusta en hoguera de amor,
y entre la zarza eleva su canto el ruiseñor,
voz de cristal que asciende en la paz del sendero
con el airón de plata de un arcángel guerrero,
dulce canto de encanto en jardín abrileño,
que hace entreabrirse la flor azul del ensueño,
la flor azul y mística del alma visionaria
que del ave celeste, la celeste plegaria
oyó trescientos años al borde de la fuente,
donde daba el bautismo a un fauno adolescente
que ríe todavía, con su reír pagano,
bajo el agua que vierte el santo con la mano.

El alma de la tarde se deshoja en el viento,
que murmura el milagro con murmullo de cuento.
El ingenuo milagro al pie de la cisterna
donde el pájaro, el alma de la tarde hace eterna.
En la noche estrellada cantó trescientos años
con su hermana la fuente, y hubo otros ermitaños
en la ermita, y el santo moraba en aquel bien,
que es la gracia de Cristo Nuestro Señor. Amén.

En la luz de su canto alzó el pájaro el vuelo
y voló hacia su nido: una estrella del cielo.
En los ojos del santo resplandecía la estrella,
se apagó al apagarse la celestial querella.
Lloró al sentir la vida: era un viejo muy viejo
y no se conoció al verse en el espejo
de la fuente; su barba, igual que una oración,
al pecho daba albura de comunión.
En la noche nubaba el Divino Camino,
el camino que enseña su ruta al peregrino.
Volaba hacia el Oriente la barca de cristal
de la luna, alma en pena pálida de ideal,
y para el santo aún era la luna de aquel día
remoto, cuando al fauno el bautismo ofrecía.

Fueran como un instante, al pasar, las centurias...
El pecado es el tiempo: las furias y lujurias
son las horas del tiempo que teje nuestra vida
hasta morir. La muerte ya no tiene medida:
es noche, toda noche, o amanecer divino
con aromas de nardo y músicas de trino:
un perfume de gracia y luz ardiente y mística,
eternidad sin horas y ventura eucarística.

Una llama en el pecho del monje visionario
ardía, y aromaba como en un incensario;
un fulgor que el recuerdo de la celeste ofrenda
estelaba con una estela de leyenda.
Y el milagro decía otro fulgor extraño
sobre la ermita donde morara el ermitaño...

El céfiro, que vuela como un ángel nocturno,
da el amor de sus alas al monte taciturno,
y blanca como un sueño, en la cumbre del monte,
el ave de la luz entreabre el horizonte.

Toca el alba en la ermita un fauno la campana.
Una pastora canta en medio del rebaño,
y siente en el jardín del alma el ermitaño
abrirse la primera rosa de la mañana.


KARMA

Quiero una casa edificar
como el sentido de mi vida.
Quiero en piedra mi alma dejar
erigida.

Quiero labrar mi eremitorio
en medio de un huerto latino,
latín horaciano y grimorio
bizantino.

Quiero mi honesta varonía
transmitir al hijo y al nieto,
renovar en la vara mía
el respeto.

Mi casa, como una pirámide
ha de ser templo funerario.
El rumor que mueve mi clámide
es de Terciarlo.

Quiero hacer mi casa aldeana
con una solana al oriente,
y meditar en la solana
devotamente.

Quiero hacer una casa estoica
murada en piedra de Barbanza,
la casa de Séneca, heroica
de templanza.

Y sea labrada de piedra,
mi casa, Karma de mi clan,
y un día decore la hiedra
SOBRE EL DOLMEN DE VALLE INCLµN.


LA ROSA DEL RELOJ

Es la hora de los enigmas:
cuando la tarde del verano
de las nubes mandó un milano
sobre las palomas benignas.
¡Es la hora de los enigmas!

Es la hora de la paloma:
sigue los vuelos la mirada
de una niña. Tarde rosada,
musical y divina coma.
¡Es la hora de la paloma!

Es la hora de la culebra:
el diablo se arranca una cana,
cae del árbol la manzana
y el cristal de un sueño se quebra.
¡Es la hora de la culebra!

Es la hora de la gallina:
el cementerio tiene luces,
se santiguan ante las cruces
las beatas, el viento agorina.
¡Es la hora de la gallina!

Es la hora de la doncella:
lágrimas, cartas y cantares,
el aire pleno de azahares,
la tarde azul, sólo una estrella.
¡Es la hora de la doncella!

Es la hora de la lechuza:
descifra escrituras el viejo,
se quiebra de pronto el espejo,
sale la vieja con la alcuza.
¡Es la hora de la lechuza!

Es la hora de la raposa:
ronda la calle una vihuela,
porta la vieja a la mozuela
un anillo con una rosa.
¡Es la hora de la raposa!

Es la hora del alma en pena:
una bruja en la encrucijada,
con la oración excomulgada
le pide al muerto su cadena.
¡Es la hora del alma en pena!

Es la hora del lubricán:
acecha el mochuelo en el pino,
el bandolero en el camino
y en el prostíbulo Satán.
¡Es la hora del lubricán!







Pep Cardona. Noviembre 1996. Palma de Mallorca.