Palma de Mallorca
 
 


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SANTA TERESA DE JESÚS
(1515-1582)


Teresa de Cepeda Dávila y Ahumada nació en µvila de
una noble familia, y desde niña sintió mística exaltación.
Sus primeras lecturas fueron vidas de santos, y a los siete
años huyó de su casa, con un hermano suyo, para ir
-dijeron- a tierra de moros en busca del martirio.  Más
adelante gustó extremadamente de los libros de caballerías,
hasta que, después de permanecer como educanda en el
convento de las monjas agustinas de Gracia, y de sufrir
grave enfermedad, por la que hubo de volver a su casa,
amplió sus lecturas religiosas con profundo conocimiento
del Kempis y las obras de San Agustín. En este momento
-tenía dieciocho años- madura su vocación religiosa.
Profesa el 3 de noviembre de 1534, en el convento de
la Encarnación de µvila. Su obra magna fue la reforma
de la Orden del Carmelo, a que pertenecía, obra que
prendió con energía singular pese a su precaria salud
Hacia los cuarenta años se inician los fenómenos místi-
cos, que sus directores espirituales  le ordenan describir
en el que será Libro de su vida, joya de inestimable
mérito.  Otras obras de Santa Teresa son,- las Mora-
das; Camino de perfección; Modo de visitar los con-
ventos (relacionado con su obra de reforma); Medita-
ciones sobre los cantares, algunos opúsculos, unas tres-
cientas Cartas, en que trata temas diversos, con sencillez y
gracia, y las Poesías, de las que a continuación damos la
más famosa.



VIVO SIN VIVIR EN MI...

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero,

Glosa

Aquesta divina unión
del amor con que yo vivo,
hace a Dios ser mi cautivo
y libre mi corazón:
mas causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué larga es esta vida,
qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros,
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué vida tan amarga
do no se goza al Señor!
Y si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir;
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza:
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte:
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera:
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no seas esquiva;
vivo muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es perderte a ti,
por mejor a El gozarle?
Quiero, muriendo, alcanzarle,
pues a El solo es al que quiero,
que muero porque no muero.
Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
si no muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí,
por ser mi mal tan entero,
que muero porque no muero.
El pez que del agua sale
aun de alivio no carece;
a quien la muerte padece,
al fin la muerte le vale:
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
que muero porque no muero?
Cuando me empiezo a aliviar
viéndote en el Sacramento,
me hace más sentimiento
el no poderte gozar:
todo es para más penar,
por no verte como quiero,
que muero porque no muero.
Cuando me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
viendo que puedo perderte
se me dobla mi dolor:
viviendo en tanto pavor,
y esperando como espero,
que muero porque no muero.
Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que muero por verte,
y vivir sin ti no puedo,
que muero porque no   muero.
Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida,
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh mi Dios, cuándo será
cuando yo diga de vero
que muero porque- no muero!
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di,
puso en mí este letrero:
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida: no me seas molesta;
porque muriendo ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que así te requiero,
que muero porque no muero.
  

Pep Cardona. Noviembre 1996. Palma de Mallorca.